Cada año que termina trae consigo un agridulce, la dulzura de las nuevas cosas que aprenderemos, pero también lo triste de las lecciones dolorosas que nos quedan.

Este año re aprendí cosas que pensé ya memorizadas, redescubrí emociones que pensé olvidadas y lloré por personas y cosas que no debía, pero vamos, que yo lloro por todo.

Familia es quien elijes, no quien firma tu apellido
Y aunque en mi caso también lo firmen por casualidades o DIOSidencias de la vida, este año aprendí que la familia puede ser quienes menos esperas y no necesariamente esos que llevan tu sangre.

Soy muy dura conmigo misma
Ese es uno de mis mayores defectos, no reconocer (me) lo bueno que tengo. Los defectos están ahí, todos los tienen, pero las virtudes que sé que son más, aprendí a admirarlas.  

Lo forzado no funciona
No debo forzar nada, ni las conversaciones, ni las amistades, ni la relaciones, ni el amor. Por lo que debo forzar, no vale la pena luchar. Que todo fluya, las cosas son como son.

Todo cambia, incluso cuando no parece.
Hace un año todo era diferente, mucho se sentía diferente y ahora miro atrás y me doy cuenta que un año puede cambiar muchas cosas, alejar muchas personas, cerrar muchos ciclos.

Solo di lo que quieres ver en realidad
A veces decimos hasta en silencio cosas que no queremos realmente que pasen y esas, esas se pueden convertir en realidad.

Ni olvidar todo, ni recordarlo por completo.
Hay cosas que debemos olvidar lo suficiente para superarlas, pero recordarlas también lo suficiente para que no nos vuelvan a pasar.

Seguir adelante no siempre es olvidar.
A veces es tan solo que elegimos continuar siendo felices por encima del dolor que nos causaron.

Hay puertas que se deben cerrar, no por orgullo o arrogancia, hay que cerrarlas simplemente porque ya no conducen a ningún lado.

Hoy despido el 2018 y todas sus lecciones dolorosas aprendidas, pero recibo con un corazón rebosante de fe, todo lo que este dos mil diecinueve, me pueda traer.

Y tú, ¿Qué aprendiste este año?