Ya estoy más cerca de los cuarenta que de los treinta, aunque mi humor mañanero siga siendo el mismo desde los veinte y todavía no me preocupan tanto las arrugas o las canas

El café nunca me ha quitado el sueño, pero lo tomo religiosamente cada mañana y todo el resto del día, con leche y que me permita saborear la amargura del grano que se dejó tostar al sol. Ya son 16 los años fumando y la mitad queriendo dejarlo, pero ahí vamos.

Mis estados de ánimo siguen más cambiantes que la luna, pero a mis 37 ya he aprendido a saber cuando vienen a saludar, sigo siendo la joven soñadora y la niña con miedos a cosas tan sencillas como la noche y tan complicadas como el fracaso.

He vivido en el mismo lugar por los últimos 9 años, pasándome la mayor parte del día sentada en el mismo lugar, mientras mi pequeña cocina, la mezcla entre plantas vivas y fallecidas y la carcoma en la vieja madera, me distraen la vista.

Tengo agenda, en ella llevo el esquema de mi procrastinado tiempo y días, en ella escribo esos sueños de niña, los anhelos de adulta y los proyectos que por falta de fortaleza no logro hacer.

A mis 37 igual que a los 14, repito la ropa con la que me siento cómoda y aun no logro hacer las paces con mi cuerpo. Mi perfume favorito sigue siendo ese que jamás he vuelto a encontrar.

Cuando me detengo a calcular la edad que tengo, que hace todos esos años llegué al mundo, no lo siento, no me siento una mujer de 37, aun me gusta el rosado, las caricaturas, las calcomanías, los parques de diversiones y las lucecitas en el techo de mi habitación.

No siento que la vida ni el tiempo se me agotan, aunque a veces la presión social me guiña el ojo escondida detrás de mi oreja, pero es que son demasiadas las cosas que aun quiero lograr, son demasiadas las veces que me sorprendo soñando como si tuviera 15, como si aun tuviera todo el tiempo del mundo y es eso exactamente lo que siento.

De niña recuerdo escuchar llegar a la treintena como un cuento de terror a media noche, cuanto se esperaba de los treinta, cuanto había que lograr antes de llegar ahí, que jodida presión nos montaban, hasta Shakira dijo que los hijos debían ser antes.

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No siento que debo dejar de usar ciertas prendas de vestir, de hacer ciertas cosas o que debo cambiar mi forma de pensar. La edad es solo un número que dice cuánto tiempo hace que nací, pero que para nada refleja lo que realmente he vivido y a mi me falta mucho por vivir.

Hay veinteañeros que les falta el espíritu que a muchos sesentones les reboza por las teñidas canas, y es que a mis veinte no tenía las ganas de vivir que tengo ahora.

Tampoco tengo ni la cuarta parte de las cosas que pensaba a esta edad tendría, así que también me sorprendo reprimiéndome el tiempo que he perdido, el talento desperdiciado, mientras le echo la culpa al miedo y me miro en el espejo que he puesto a mi lado para saber cuando es momento de peinarme y me digo en silencio que deje de perder el tiempo que se va agotando, aunque me contradiga.

No sé cuánto de eso me quede, tiempo; solo sé que a un mes y un día de mis 37, no me siento de 37.